jueves, 2 de febrero de 2012

"The Artist", o de cómo una película muda consiguió dejarme mudo

Audaces Fortuna Iuvat, la fortuna favorece a los audaces. Una cita clásica de Virgilio que refleja un concepto épico, hermoso, pero que por desgracia resulta falible hasta el suicidio. Sin embargo, de vez en cuando -gracias a no sé qué conjunción de astros- se cumple con toda la gloria de las grandes victorias clásicas. 
De locos era plantearse volver a un género muerto, antes conocido como western cuando, a principios de los noventa, Clint Eastwood creaba "Unforgiven" ("Sin Perdón") y callaba bocas a millares rayando la perfección detrás de una cámara. Clint tuvo arrestos, creyó en que podía hacerlo y lo hizo, y la diosa Fortuna le dio un beso profundo y prolongado en los labios. 
Seguramente, cuando el francés Michel Hazanavicius tramaba la realización de una película de cine mudo en plena época jamescameriana del cine tridimensional, del sonido digital y de los efectos especiales de ensueño; en el contexto de la más dura crisis económica desde el crack del 29 y la II Guerra Mundial; con las salas de cine cada vez más vacías, por muy diversos motivos. Ante una grave crisis de esta industria, cada vez más decantada por pasarse a las series de televisión (que poco a poco van cogiendo el testigo del séptimo arte), o a rehacer viejas películas de éxito en forma de "remakes" o de secuelas antes que por generar otras nuevas, mostrando con ello tanta cobardía como ausencia de talento... Imaginémonos como productores; cualquiera de nosotros -yo mismo- habría mirado de arriba a abajo al bueno de Hazanavicius, habría comenzado riéndose para sí y tal vez, acabado riendo a carcajadas. Probablemente le habría anticipado que aquello sería una locura, un estrepitoso fracaso, algo poco menos que un suicidio profesional y económico, tal vez temporal, si no definitivo. Para ambos. 


Pero afortunadamente hay locos audaces que creen en sí mismos, en su talento, en sus equipos. Porque el primer paso para realizar cualquier empresa atroz es creer que de verdad se puede, con determinación irrevocable, imaginar que ya se ha hecho, como escribía Borges. Y Hazanavicius, al cual no conocía hasta que la otra noche vi "The Artist", es sin duda uno de estos elegidos. 
Como audaces también fueron los actores de cabecera de Hazanavicius (el magistral Jean Dujardin, protagonista de sus últimas películas y la bellísima Bèrènice Bejo) que se atrevieron a interpretar "The Artist" a capela, sin el abrigo del diálogo. Audaces también los productores, que pusieron su dinero con la que está cayendo en la ruleta de un proyecto como este para llevarlo a buen puerto. 
Y ahora, estrenada la película, habiendo recibido todos los premios y nominaciones que está recibiendo, debería llegar, como con Eastwood, el apasionado beso en los labios de la diosa Fortuna. Ojalá, porque se lo merecen, todos ellos. 
"The Artist" es una de esas películas que te hacen reconciliarte con el cine, que te devuelven la fe en la magia de la gran pantalla. Una historia magnífica que me reencontró con aquellos momentos mágicos que alguna vez sentí en una butaca, que creía haber olvidado y que empezaban con el fundido lento de las luces, con un rugido, un tema musical y unos títulos de crédito. Con aquellas historias que me atrapaban y me mantenían el culo pegado al asiento como una lapa, riendo, llorando, sufriendo y disfrutando, y cuyas escenas y frases me acompañaban al salir del cine, y seguían reproduciéndose ante mí al acostarme, con las luces apagadas. 
Hasta en el diseño del cartel de la película se ve la sombra de la obra maestra que en mi opinión es, un cartel con aureola de cartel mítico, como los de "El Padrino", "Vértigo" o "Blow up". 
Es una película muda, sí. Y en blanco y negro, sí. "The Artist" es un envase pequeño, como de perfume antiguo, lleno de esencias cinematográficas, de aquellas esencias que antaño envolvían las salas de cine y que Hazanavicius ha logrado destilar y hacer llegar a todo aquel que se siente para verla, para sentirla y disfrutarla hasta el último fotograma, hasta el último acorde. 
Claro está que nadie consigue obras maestras sin materia prima. La otra noche me acosté soñando con un pequeño perro amaestrado que arrancaba sonoras sonrisas con ladridos silenciosos en toda la sala. Me acosté soñando con el inconmensurable trabajo de un Jean Dujardin engominado y en frac, resucitando a los galanes clásicos (¿seguirá escondido en el cine doméstico francés a partir de ahora este soberbio actor?). Prendado de la preciosa sonrisa con los ojillos achicados de Bérénice Bejo, reviviendo aquella escena en la que se acariciaba la cintura, medio envuelta en la chaqueta de su amado, en una escena memorable... 
"The Artist" tiene todo lo que debe tener una obra maestra, lo tiene todo para ser un clásico, y no necesita ningún tipo de aderezo. Ni le sobra, ni le falta. Cuando digo clásico no quiero decir viejo, ni antiguo, sino algo más abstracto, algo capaz de generar patrones por ser de clase superior. Esta película, si no lo es ya, lo será con el tiempo. Desde aquel "Cyrano de Bergerac" de Rappenneau, con un eminente Depardieu devorando la pantalla, el cine francés no generaba algo parecido. 
Así que justos -y por muchos que sean seguramente serán pocos-, serán todos los premios, nominaciones y menciones que pueda llevarse. 
Ahora alguien pensará que estoy exagerando, pero lo mejor que puede hacer para comprobarlo es acercarse a una sala de cine, invertir una pequeña cantidad de su dinero y dejarse envolver por el perfume añejo de esta maravillosa película. Y cuando salga del cine con una media sonrisa dibujada en su cara, tal vez no esté de acuerdo, pero seguramente pensará conmigo en que le encantaría ver el dinero de sus impuestos invertidos en este tipo de cosas, en lugar de -salvo honrosas excepciones- en una eterna subvención a la mediocridad. 

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